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Problemas de América. Daniel Cosío Villegas

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Tengo la creencia de que muchas de las teorías de Cosío sobre la realidad mexicana y latinoamericana […] no han perdido su vigencia…

Enrique Krauze

…y tienen, aún hoy, una originalidad que no ha sido apreciada.

Daniel Tovar Herrera

I

Arquitecto de instituciones como el Fondo de Cultura Económica, la Escuela -hoy Facultad- de Economía de la UNAM y La Casa de España, hoy El Colegio de México, Cosío Villegas fue el primer y más ilustre promotor de la memorable acogida que Lázaro Cárdenas brindó a los españoles republicanos exiliados de su país.

Nacido en 1898 en la Ciudad de México, cursó su bachillerato en el Instituto Científico y Literario Ignacio Manuel Altamirano de Toluca, y concluyó su formación en la Escuela Nacional Preparatoria. Después de estudiar un año en la Escuela Nacional de Ingenieros y concluir estudios de filosofía en la Escuela de Altos Estudios (donde impartía clases Antonio Caso), estudió derecho en la Universidad Nacional para después realizar estudios de economía en las universidades de Harvard, Wisconsin, Cornell, la London School of Economics y la École Libre des Sciences Politiques. Representante mexicano en  Bretton Woods y Embajador de México ante el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (que presidiría en 1959), fue funcionario de la UNAM, donde fungió como Secretario General y director de la Escuela Nacional de Economía. Fue también Consejero de la Secretaria de Hacienda, del Banco de México y de la embajada de México en Estados Unidos.

Director del Fondo de Cultura Económica y de El Colegio de México, no sólo fue arquitecto de instituciones, sino fundador de revistas académicas y de divulgación:  aventuras editoriales como El Trimestre Económico, Foro Internacional y la revista de Historia Mexicana, contaron con la dirección de Cosío Villegas en sus primeros años, trabajo editorial que perdura a pesar del medio siglo que ha pasado desde la publicación de sus primeros números; las revistas fundadas por Cosío continúan a la vanguardia de los estudios económicos, internacionales e históricos.

No únicamente puso empeño en los proyectos que encontraron en su iniciativa la génesis de su existencia, sino que apoyó a sus colegas y amigos en sus empresas. Colaboró con José Vasconcelos en La Antorcha, revista que dirigiría junto con Samuel Ramos a la partida del oaxaqueño del país, y formó parte del círculo fundacional de Cuadernos Americanos [[i]], apoyando al maestro Jesús Silva Herzog en el proyecto que, como los antes enunciados, se mantiene en pie.

No poca es su obra, publicó numerosos ensayos en las diversas revistas mencionadas y algunas páginas más, sólo algunas: dirigió la Historia Moderna de México en diez volúmenes, cinco de los cuales fueron de su autoría, una Historia General de México en cuatro volúmenes y una Historia Mínima de México, además de casi dos docenas de obras referentes a la vida política de nuestro país, entre las que destacan: El sistema político mexicano (1972), El estilo personal de gobernar (1974), La sucesión presidencial (1975) y La sucesión: desenlace y perspectiva (1975).

Incursionó en sus primeros años en la creación literaria con una novela que tituló Nuestro pobre amigo (1924), que a pesar de su poco éxito editorial, fue uno de los canales por los cuales pudo encontrar en Alfonso Reyes un crítico audaz y forjar una de las amistades más prodigiosas del siglo XX mexicano.

Unos meses después de su muerte en 1976 se publicaron sus Memorias: un conjunto de relatos que recogen episodios clave en la vida de don Daniel y donde se puede apreciar su visión de francotirador y la entereza de su carácter. Narra, por ejemplo, sus diferencias con Luis Echeverría y las actitudes de censura e intolerancia que sufrió –a la par de Julio Scherer, Octavio Paz y Víctor Urquidi– por parte del presidente, actitudes que desembrocarían finalmente en el golpe a Excélsior en Julio del mismo año.

En Un tramo de mi vida (un librito editado por el FCE para el registro de las circunstancias que rodearon la fundación de la casa editorial, que toma prestados algunos capítulos de su Autobiografía) se pueden encontrar anécdotas comiquísimas, como cuando, ante una situación de carencia de recursos para la fundación del FCE y la preocupación de sus amigos, Cosío pronunció el mexicanísimo «A ver cómo le hacemos» para animar a sus pares a no decaer, o cuando, durante una estancia en Madrid para dictar un curso de economía, ningún alumno asistió; la razón: «que el buen señor encargado de los horarios puso mi curso en los mismos días y a iguales horas que el de Ortega y Gasset».

Cosío Villegas ingresó en El Colegio Nacional en 1951 y recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1971. Falleció en la ciudad que lo vio nacer el 10 de Marzo de 1976.

A pesar de los años, don Daniel sigue siendo un referente para comprender la realidad mexicana, latinoamericana y estadounidense. Sin duda, uno de los intelectuales y ciudadanos que más ha servido a nuestro país en la difusión del conocimiento y la cultura.

II

Hace unos días Jesús Silva-Herzog Márquez recordaba en su blog aquél escrito que Krauze denominó «el ensayo político más importante del siglo XX». La Crisis de México servía para invocar el espíritu liberal y democrático de Cosío Villegas, su visión crítica, la mayoría de las veces atinada, hacia los procesos políticos y hacia la Revolución Mexicana en particular.

Es mi intención hacer alusión a otro de sus ensayos para secundar a Krauze y hacerles creer a ustedes también que lo que escribió Cosío en 1949 sobre América Latina no ha perdido su vigencia. Problemas de América, a pesar de estar sujeto a las premuras de su tiempo, arroja afirmaciones que pueden explicar hoy muchos de nuestros afanes.

Ambos textos, La crisis de México (1946) y Problemas de América (1949) aparecieron por primera vez en Cuadernos  Americanos. Posteriormente, los dos ensayos fueron publicados en una sola obra, Extremos de América, en 1949, por el Fondo de Cultura Económica y reeditados por el mismo Fondo en 2004.

La primera edición salió a la luz gracias a la insistencia de los amigos de don Daniel, que le pedían publicara una obra después de tiempo de no hacerlo. La estocada final la daría Alfonso Reyes que, además de gran amigo, fue el cómplice más íntimo de sus empresas culturales. La reedición de 2004 forma parte de la colección del 70 aniversario del Fondo de Cultura Económica.

III

Fue en el FCE donde encontré la última edición de Extremos de América (2004). Me pareció un libro de lo más interesante, en especial el ensayo que he venido refiriendo.

En Problemas de América Cosío Villegas pretende abordar aspectos que atañen al continente, pero aclara: «no se trata de toda la América, sino de la nuestra, de esta que a veces llamamos América Latina» (2004: 211), bajo el argumento de que a pesar de la notables diferencias, hay entre los países latinoamericanos «suficientes semejanzas para tener problemas comunes» (id.). De modo que podemos encontrar algunos ejes, algunos problemas comunes que serán los puntos centrales del ensayo: la cuestión del progreso, las grandes diferencias entre ricos y pobres y la poca movilidad de nuestras sociedades, la deficiente educación y, como consecuencia, la asimilación errada del liberalismo europeo y estadounidense por parte de las élites de «nuestra América». Punto último que quiero destacar: si bien Cosío Villegas es conocido y recordado por ser un intelectual de corte liberal, tenemos que reconocerlo también, por lo menos en este ensayo, como un crítico del liberalismo latinoamericano.

Fuente esencial de la idea de progreso en las élites del siglo XIX y XX fue la idea de la nación. El éxito de los proyectos de los libertadores, y después de los modernistas, dependía en buena parte de la voluntad del individuo y del colectivo para darlo todo por el país, por la nación –y sus héroes–, lo cual prometía redención a los problemas vitales del pueblo. He ahí el primer problema: «el país  o la nación» nos dice Cosío «son entes en buena medida ficticios, o, si se quiere, realidades muy imperfectas» (ibid.: 214). Es decir, la idea misma de progreso y los esfuerzos de los modernistas estuvieron desde un inicio cojos, por así decirlo, por la intentona de mexicanizar, por ejemplo, a una diversidad de culturas, muchas de ellas divergentes al extremo. No sólo eso: los parámetros utilizados en el contexto de posguerra para medir el progreso en América Latina resultaban inútiles por no estar adaptados a la realidad y los tiempos del continente.

Las grandes diferencias sociales existentes en América Latina llevaron a Cosío a dudar de la existencia de la clase media y de su papel en el estrato social. Ningún país «tiene una clase media (o, por lo menos, no la tiene bastante numerosa y compacta) cuya existencia mitigue el contraste tajante y doloroso entre una clase baja desmesuradamente pobre, y una alta, también desmesuradamente rica» (ibid.: 218). Aspecto el primero que ha cambiado en los últimos años, pero no del todo; es decir, los modelos de desarrollo implementados a partir de la década de los 40 en América Latina hasta hoy, han ayudado a fortalecer la clase media, a engrosarla y hasta cierto punto compactarla, pero no han logrado mantenerla del todo segura: con cada crisis la clase media se empobrece en mayor medida que lo que la clase baja se enriquece en tiempos de abundancia, que además son pocos.

Por otro lado, la brecha entre ricos y pobres se mantiene y cada vez se hace más grande, y no sólo en lo económico; en varios aspectos, con excepción de uno, existe una polarización latente: «Quizá lo único en que estas dos clases coincidan sea en su espesa ignorancia; en lo demás, ni pueden ser más distintas ni estar más distantes» (id.).

Es en este contexto que don Daniel lanza diatribas muy simpáticas hacia la clase alta de su tiempo, caracterizada por «su falta general de buen gusto y refinamiento» (ibid.: 222). La clase alta de la segunda mitad del siglo XIX, sigue Cosío, «llegó a ser en ocasiones ilustrada, generosa y progresista; pero el rico de este siglo» –Presidente de la República y Secretario(s) de Gobernación incluidos– «no tiene perdón de Dios por cualquiera parte que se le mire» (id.).

El tema de la educación forma parte de los problemas comunes para América Latina enunciados en el texto. Las escuelas, dice Cosío Villegas «son escasas; las que existen, se acumulan en los grandes centros urbanos […] la eficiencia de sus enseñanzas es bien limitada, por su filosofía tornadiza, por sus métodos rutinarios, por la pobreza de sus recursos, porque no sirven a la vocación y los intereses tan variados del hombre moderno y porque carecen de una inspiración superior, evangélica, a la altura de la tarea de salvación que debieran acometer» (ibid.: 222-223). Las palabras de don Daniel, como de profeta, parecen explicar lo que pasa hoy con la educación en este país y en buena parte de América.

Por último, es de resaltar la crítica que Cosío deja ver en estas páginas hacia el cómo las élites latinoamericanas han «rumiado» por décadas el liberalismo, imitando –mal– a Europa y a Estados Unidos: «nuestra vida es, ante todo, un esfuerzo sostenido para averiguar lo que Europa, antes, y hoy Estados Unidos, inventan, para adaptarlo a nuestras propias condiciones de vida» (ibid.: 225), «nos hemos pasado todo el siglo XIX rumiando el liberalismo económico y político» (ibid.: 228). Y continúa de nuevo con voz de profeta: «Alguna vez un hombre inteligente estudiará la historia del liberalismo en nuestra América; entonces se verá cuán penosa ha sido su marcha, las increíbles contorsiones que ha debido hacer para labrar su cauce, las graciosísimas desviaciones que ha sufrido al trasplantarse a nuestro medio» (id.).

El liberalismo de Cosío Villegas es prudente, siempre mesurado, y reconoce las carencias y debilidad de la corriente liberal en nuestras tierras: «fuimos víctimas de la ilusión de que una filosofía político-económica tiene validez universal por el sólo hecho de que la alumbren los países modelo y en ellos florezca» (ibid.: 229), «los dirigentes liberales han dejado de tener sex-appeal para las masas» (ibid.: 230).

Son pues, de manera general, los puntos centrales que Cosío presenta como problemas comunes a América Latina. Unos, medio siglo después, siguen siendo de primer orden, de urgencia en la resolución. ¿Cómo avanzar, salir del lodazal? La propuesta de don Daniel es clara: reforzar las instituciones democráticas a través de la participación de la ciudadanía y no sólo de unos cuantos, en la construcción de la república: «para conseguir que sea el mejor gobierno posible, ningún ciudadano debe desdeñar la participación en la “cosa pública”» (ibid.: 232). Y concluye: «Es una verdadera necesidad de la América Hispánica creer en su propio genio creador y cribar severamente las innovaciones extrañas» (ibid.: 233).

No; mucho de lo que teorizó Cosío Villegas sobre nuestra realidad no ha perdido su vigencia, y así como las instituciones y publicaciones que fundó, muchas de sus concepciones se mantienen en pie, sumando aniversarios, a ver hasta cuándo.


[i] Revista fundada en 1941, y que hasta 1985 sería dirigida por Jesús Silva Herzog, año en que concluiría, a la par que concluiría la vida del potosino, la Primera Época de la publicación. Será hasta 1987 que se inaugure la Nueva Época bajo la dirección de Leopoldo Zea. Hoy la revista es dirigida por Adalberto Santana y es un referente obligado para los estudios latinoamericanos.

BIBLIOGRAFÍA

Cosio Villegas, Daniel (2004), «Problemas de América», en Extremos de América, México, FCE, pp. 211-234

Publicado originalmente en el blog de Revista Ágora

__________

Daniel Tovar Herrera (1989). Estudia Relaciones Internacionales en la UNAM FES-AR, es director de la revista digital Escenarios XXI y colabora en el blog de la revista Ágora, de El Colegio de México. Es miembro del consejo editorial de Cuadrivio.


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